El Trato

El Trato
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Nota sobre el contenido: Este cuento de ficción contiene descripciones explícitas de naturaleza sexual.

De la señora O se cuentan muchas cosas. Algunas bastante escabrosas. Otras interesantes.
Incluso, las hay jugosas. Todo según el gusto de quien se entera.A modo de ejemplo, pongamos la siguiente.
Se dice que entre ella y Damián, su compañero de trabajo, existe un trato de estricto y obsceno placer que cumplen fielmente. ¿Desde cuándo? Años, se alega, aunque ese detalle aquí es lo de menos.
Un trato sin tapujos, sin presiones, sin cuestionamientos, sin changuerías. Sólo así
funciona. Es de esas cosas que si le metes mucho embeleco las dañas. Por tanto, hay que fluir, matizan. La regla principal. Fluir y disfrutar, claro, que para eso es.
No es para gente tiquismiquis. Se advierte, y lo creo. ¿Asco fácil? No te va.
Lo cumplen nada más en su oficina, de lunes a viernes y en horario de trabajo. Laboran para un contratista del gobierno federal, encargado de varios proyectos grandes en la isla. Él y ella se encargan de los asuntos administrativos a nivel local. A la oficina, ubicada en la avenida Ponce de León llegando a Miramar, no asiste más nadie. Su jefe inmediato está en Atlanta y sólo lo atienden vía Zoom. Las reuniones se programan con días de antelación. Enorme conveniencia que
tienen, por donde quiera que se mire.
La señora O siempre llega antes de las 8 am. Vive muy cerca de la oficina y la tiene cómoda con el tráfico. Además, le place madrugar. Aprovecha las primeras horas de la mañana para hacer su rutina de yoga, entre otras cosas.Todos los días arriba de buen humor. Tiene esa cualidad. Es de las personas que han
logrado ese estado superior en el que no permiten que absolutamente nada ni nadie les altere su paz interna. Además, llega perfumada –colecciona fragancias de lujo–, bien vestida y con su pelo exacto. La señora O es muy atractiva y le presta sobrada atención a su apariencia.
Si ella llega temprano, Damián mucho más. Ya desde la 7 está allí. Atiende correos
electrónicos y adelanta tareas. Él no vive tan cerca, así que madruga para evitar el tapón. Odia el apuro y gusta tomarse el primer café mañanero sentado en su terraza mirando para lejos. En ese espacio tiene unos platitos para echarle comida a los pájaros que lo esperan muy contentos.
Al verse, apenas cruzan un buen día. La señora O pasa directa a su espacio para
acomodarse. El de ella, separado del de Damián por una pared y puerta, es bastante amplio. Tiene un escritorio en forma de L, grandes archivos y un ventanal de cristal con vistas a la laguna. Una gran ubicación, ciertamente.
Allí también tiene una mesa de tamaño mediano y adornada, en una esquina, con plantas de agua puestas en envases de cristal de diversos tamaños. Las adora y mima como si fuesen sus hijas. Las plantas agregan al espacio una sensación muy agradable.
Entonces, se cumple el trato.
Tan pronto llama a Damián, se sube a la mesa acostándose boca arriba. Desnuda
enteramente, para evitar trámites molestosos.
Sin mediar palabras, abre las piernas de forma amplia. Posee buena elasticidad. Con ambas manos, se abre la crica rosada y con pelos a medio crecer. Sabe hacerlo, por supuesto, porque la muestra en toda su hermosa e impúdica dimensión.Damián la observa y disfruta en silencio. A él toca mamársela.
La altura de la mesa es ideal. Basta arrodillarse. Tienen un almohadón grande y mullido que compraron en Marshalls. Ahí se hinca él, cual devoto de la carne que ella le ofrece.
Primero la huele. Varias veces y profundamente.
Cierra los ojos. Hace embocadura.
Luego, mete la lengua. Con ganas. Ese primer contacto le excita muchísimo.
Sabor.
Textura.
Sus manos sustituyen las de ella.
Lame de varias formas.
De abajo hacia arriba.
Haciendo círculos.
Entre pliegues.
La abre. La cierra. Frota. Mete un dedo. Dos. Tres.
En la zona del clítoris, su lengua dibuja un ocho meticulosamente.
Chupa. La cadencia replica el ritmo de respiraciones y gemidos.
Lo chupa todo. Glotón. Incluyendo los residuos de semen que trae dentro. Porque la señora O tiene marido y él, cada mañana que ella sale a trabajar, se la llena con abundante leche justo antes de salir. Parte del trato, también cuentan.Damián hace lo suyo hasta provocarle el orgasmo. Siempre lo logra. A veces hasta dos. Sin
prisas. Sin chapucerías. Le asisten la destreza y el interés, por supuesto.
Tan pronto termina, se levanta del suelo y la mira. Sonríe. En ocasiones le pellizca
ligeramente uno de los pezones erguidos. Entonces, sale. Le esperan más correos electrónicos y papeleo que atender.
La señora O se viste con calma y va a su escritorio para también encargarse de lo pendiente.
Cruzan pocas palabras durante la jornada. Asuntos de trabajo, sólo eso. Ni siquiera
almuerzan juntos.
Por la tarde, la escena es distinta. A él le toca llenarle la crica de leche. Ella se acuesta y abre las piernas. Ciertas ocasiones se deja los pantis puestos.
Como lleva todo el día pensando en eso, Damián le obsequia un caudaloso chorro. A la señora O siempre le divierte la cara que él pone al venirse.
Tan pronto terminan, ella sale sin mayor dilación. Damián es el que apaga todo y cierra la oficina. Apenas se despiden con un hasta mañana o, si es viernes, un hasta el lunes.
Regularmente, él se detiene en algún sitio a tomarse un trago. Vive solo. Nada le urge.
En cambio, a la señora O la espera su marido en la casa, listo y deseoso de abrirle las piernas para limpiarle hasta la última gota de lo que trae. También es parte del trato. Cuentan.


Sobre Josué Montijo
Josué Montijo

Josué Montijo (1975, Ponce) es escritor e historiador. El sepulturero de mi padre (Ediciones Laberinto, 2022) es su libro más reciente.


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