La encrucijada boliviana: ¿dictadura o regreso a la democracia?

La encrucijada boliviana: ¿dictadura o regreso a la democracia?

        “La injusticia no termina para el indio, cinco siglos no han calmado su dolor

                                                                                                 canción Conmemorando del álbum Amor y Control; 1992        

Rubén Blades y Son del Solar

                                                          

Desde el pasado 20 de octubre observamos con preocupación el deterioro progresivo de la vida e institucionalidad democrática en el Estado Plurinacional de Bolivia. La jornada electoral se celebró con relativa calma. Al cerrar los colegios de votación comenzó la ansiedad por los resultados. Algunas encuestas a boca de urna apuntaban a la posibilidad de una segunda vuelta, tal y como había sucedido poco antes en el Uruguay con el Frente Amplio. Ya con sobre 97% de los votos escrutados, la realidad se imponía con un triunfo de Evo Morales Ayma, quien en esta ocasión no sumaría a su favor -por primera vez en su carrera política- la mitad más uno de los votos emitidos. Sin embargo, eso no hacía necesariamente obligatoria una segunda vuelta toda vez que, por disposición constitucional, una ventaja de sobre 10% entre el vencedor de los comicios con más de 40% de los votos y el segundo más votado, elimina la necesidad del “ballotage”.

En ese momento la victoria de Morales estaba asegurada. Los reclamos de la oposición, encabezada por el expresidente Carlos Mesa, se concentraban en garantizar una segunda oportunidad de enfrentar electoralmente a Evo Morales. A un momento de la larga noche del 20 de octubre, la diferencia entre la candidatura presidencial del Movimiento Al Socialismo (MAS) y Mesa apenas estaba a pocas décimas porcentuales de lograr alcanzar la cifra clave de 10%. En esos momentos comenzó el frenesí que ha llevado a Bolivia, la tierra que lleva el nombre del libertador Simón Bolívar, de regreso a la inestabilidad y la violencia que ha caracterizado su atribulada historia política cercana ya a cumplir 200 años en 2025. Esa noche y los días subsiguientes comenzaron las acusaciones de fraude por parte de Mesa y luego se unen líderes de los “grupos cívicos” del oriente del país encabezados por elementos de la derecha más reaccionaria de Bolivia como el cruceño Luis Fernando Camacho. El presidente Morales acepta finalmente que la Organización de Estados Americanos (OEA) lleven a cabo una auditoria de los votos, pero el opositor Mesa nunca aceptó la auditoria. Vale la pena destacar que Morales acepta la mediación de la OEA a pesar de ser conocido que esta organización interamericana realmente era más bien parte del problema y no de la solución. En un dudoso informe preliminar, en el que a resumidas cuentas la OEA concluye que era técnicamente inviable asegurar la validez de una ventaja de 10% de Evo Morales ante algunas irregularidades detectadas. El informe de la OEA (el cual hemos leído detenidamente) establece que Morales ganó las elecciones con una ventaja constatada mínimamente del 9.8% de su más cercano contrincante. Como podemos apreciar, el diferendo es estrictamente decimal, lo que por distintas razones técnicas puede hacer variar de un lado a otro el resultado por el estrecho margen en cuestión. El informe en ningún lado ni habla ni establece causas para concluir que hubo un fraude electoral.

Hoy, con las cosas más claras, podemos decir que el informe de la OEA (contradicho técnicamente por otros organismos serios) buscaba exacerbar la situación. Entonces los reclamos de la derecha extrema cambiaron apoyados en una agresiva campaña de los medios de comunicación para tachar a Evo Morales, sin pruebas, de estafador y corrupto. De exigir una segunda vuelta, entonces se pasa a exigir nuevas elecciones y finalmente Camacho (-líder de los grupos cívicos de Santa Cruz de orientación (neo)fascista y racista- que ni tan siquiera participó en las elecciones) exige la renuncia de Morales. A partir de allí la situación en el país se deterioró de tal manera que grupos paramilitares asaltaron las casas de ministros, intimidaron funcionarios con secuestros y asesinatos y obligaron a algunos a renunciar. Tanto la casa de Evo Morales y de su vicepresidente Álvaro García Linera, fueron saqueadas y quemadas. Se comenzó a humillar a los indígenas y a hostigar y violar a las mujeres con polleras impunemente. El ejército y la policía participan -como otras tantas veces en la historia de Bolivia- del golpe y es el jefe de las fuerzas armadas quien “sugiere” cínicamente la renuncia a Morales, precipitando su dimisión y eventual salida del país para salvaguardad su vida.

Un poco de antecedentes

No vamos a hacer un recuento de la larga y desgraciada historia de inestabilidad política en Bolivia. Pero Bolivia posiblemente sea el país con la mayor cantidad de golpes de Estado perpetrados en la historia de la América Latina y el Caribe. Basta dejar claro lo que sucedía en el país andino poco antes del inicio de la de gestión presidencial de Morales. Tan solo entre 2001 y 2005, Bolivia tuvo una dramática sucesión forzosa de 5 presidentes. Uno de ellos fue precisamente Carlos Mesa. El 17 de octubre de 2003 el entonces presidente Gonzálo Sánchez de Lozada escapa del país en un vuelo hacia Miami. Al mismo tiempo que Sánchez huía, Mesa se afanaba en llegar al Congreso a ser nombrado presidente ya que así le correspondía en el orden sucesoral.

Su presidencia duró muy poco. A penas pudo mantenerse un año y siete meses dada la convulsión y agitación permanente que se vivía en el país durante aquellos tiempos protestando contra las reformas neoliberales. En general, solo es preciso añadir que desde 1825 Bolivia ha tenido 83 presidentes de los cuales 38, casi la mitad, han llegado al poder vía golpes de Estado.

Existe otro elemento importante que debemos mencionar a manera de antecedente de la crisis para poder comprender lo que ha pasado en este singular Estado plurinacional. Como el adjetivo lo dice, Bolivia está compuesto por múltiples nacionalidades y étnias. En general, esta diversidad se resume en dos grupos. La geografía humana de Bolivia está dividida territorialmente entre los pueblos de las llanuras orientales con la ciudad de Santa Cruz como capital (Beni, Pando y Tarija son otras ciudades importantes) y los pueblos del Altiplano con las urbes de La Paz y Cochabamba como núcleos dominantes. Desde hace mucho tiempo a los criollos (blancos y mestizos) del llano tropical se les llama los “Cambas”. A los habitantes del altiplano boliviano se les conoce por “Collas” y estos son en su inmensa mayoría descendientes de múltiples pueblos originarios que habitan esas tierras desde hace miles de años. Los criollos heredaron y han mantenido una implacable actitud racista heredada desde la colonización pero que a través del tiempo se ha ido incrementando a la luz de diversos diferendos políticos. Luego de la independencia del país la oligarquía criolla se aglomeró en Santa Cruz y sus departamentos circundantes. En las tierras llanas del oriente del país se desarrolló la economía más fuerte que se sostiene hasta hoy. Santa Cruz es el centro económico y financiero de Bolivia. Históricamente el altiplano ha sido el centro de las extracciones mineras y de la producción de alimentos básicos. Muchos indígenas migraron al llano en búsqueda de mejores condiciones de vida enfrentando el desprecio y maltrato más vil. La oligarquía boliviana ha desarrollado una mentalidad colectiva de odio hacia los Collas a quienes identifican como un lastre. En términos antropológicos los Cambas realmente inventaron “un enemigo” ficticio para así justificar sus acciones discriminatorias y sus ansias de dominio y explotación en todo el territorio boliviano incluyendo la población indígena.

Desde hace años la mayoría de los habitantes del llano occidentes son parte de una visión autonomista con respecto al resto del país.

La ideología del odio se comenzó a agudizar desde las luchas cívicas por las regalías del petróleo en la década de los años treinta del siglo pasado. En 1952 explota la revolución nacional y los habitantes del altiplano derrotan al ejército y asumen el poder político. En ese periodo se alcanzan importantes reformas para la población indígena. Entre ellas la más valiosa estratégicamente: el derecho al voto por primera vez desde el surgimiento de la República. La población del altiplano siempre ha sido considerablemente más numerosa que la de los criollos-mestizos. A partir del reconocimiento del voto a los indígenas la lucha política y de clases se hizo cada vez más feroz. Desde los años cincuenta hasta el siglo XXI la inestabilidad política y económica ha sido la norma en Bolivia que junto a Haití eran probablemente los países más pobres de América Latina y el Caribe.

En realidad, por más de 525 lo que ha habido en esas tierras es un sistema de Apartheid contra los pueblos originarios que terminó en el 2005 con la victoria electoral de Evo Morales Ayma, un indígena aymara que logró pacificar la convulsa situación étnica además de adelantar un ambicioso proyecto de modernización y desarrollo en el país andino.

Evo Morales: de cocalero a presidente

Para poder entender la historia reciente de Bolivia tenemos que adentrarnos brevemente en lo que es ha sido el Movimiento al Socialismo (MAS). El MAS se funda 1987 por el propio Evo Morales, quien ya desde hacía años ocupaba puestos de liderato sindical en Cochabamba. Su labor más destacada la lleva a cabo como organizador y líder de los campesinos cultivadores de coca en el altiplano boliviano. La coca es una planta sagrada en las culturas andinas precolombinas. La llamada guerra contra el narcotráfico (que para muchos expertos ha sido siempre una guerra perdida) que comenzó a desplegar los Estados Unidos en los años setenta y ochenta, intentó destruir toda la actividad cocalera incluyendo desde sus cultivos hasta su uso tradicional. En gran medida comenzó un proceso de estigma y criminalización hacia una cultura milenaria de los pueblos originarios. Evo Morales le dio coherencia a la lucha de los cocaleros y de esa manera surge como un prominente líder político a pesar de no tener gran educación.

Desde el MAS, Morales organiza y encabeza luchas contra los “paquetazos” de reformas neoliberales que presidentes serviles impusieron en Bolivia a consignación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Además, su labor ardua en defensa de los derechos de los indígenas le ganó aún más prestigio y presencia política nacional como el gran líder de la oposición al neoliberalismo.

Su partido político, el MAS, se puede ubicar dentro de las corrientes de la nueva izquierda democrático-electoralista que surgen precisamente a partir de 1990 con el repliegue gradual de las izquierdas más radicales y las luchas armadas.  A pesar de usar el calificativo de “socialismo” en su nombre, el MAS nunca ha sido un partido ni radical, ni socialista, ni mucho menos marxista. El nombre completo de este partido boliviano es MAS-IPSP, lo que significa “Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos”. El MAS es un partido democrático con la convicción clara y expresa de ejercer plena soberanía para la consecución de sus principales objetivos. El deseo reafirmar el carácter soberanista del MAS no es muy difícil de entender. En alguna medida, la historia de Bolivia se puede afirmar que es la historia de un país asediado por el intervencionismo que a su vez ha sido como un lastre muy fuerte y pesado para ejercer la soberanía del Estado.

Los objetivos fundamentales del MAS como colectividad política fueron desde sus inicios muy claros y sencillos: (1) la consecución de la unidad y paz plurinacional, (2) la aprobación de una nueva ley de los hidrocarburos que garantizara de inicio el 50% de esos ingresos al Estado y posterior el 100%, (3) vencer las enormes disparidades socioeconómicas entre la mayoría indígena y el resto de la población, (4) instaurar un capitalismo de Estado de fuerte función para modernizar y desarrollar el país dentro de la superestructura capitalista.

Si apreciamos con un poco de detenimiento, el MAS a nivel de 2019 ha logrado en esencia cumplir todos sus objetivos programáticos. Como parte de lograr esos objetivos se han conseguido multiplicidad de otros logros importantes que ha llevado a Bolivia a una transformación como jamás se pensó posible en relativamente tan corto plazo de tiempo. Basta decir que la gestión del MAS y Evo Morales le ha dado al país el más largo y fructífero periodo de paz y estabilidad político-económica en 200 años. El Producto Interno Bruto (PIB) de Bolivia era apenas de poco más de 10 billones de dólares en 2006 y ahora sobre pasa los 40 billones de dólares para un vertiginoso crecimiento de más del 400%. En ese mismo periodo de tiempo se logró sacar de la pobreza y la pobreza extrema a cerca de 4 millones de seres humanos. Muchos de ellos hoy son parte de una vigorosa y prospera clase media boliviana. Por último, debemos destacar que Bolivia fue declarado país libre de analfabetismo por la UNESCO el 6 de agosto de 2016 cuando en el 2005 el analfabetismo era mayor al 15%. Ese logro se explica por contar con programas especiales de alfabetización, pero también por la creación y ampliación de una extensa red de escuelas rurales. Estoy seguro que de Evo Morales haber sido un gobernante en un país europeo, hoy la mayoría de los economistas hablarían con entusiasmo y sin reservas del milagro económico boliviano, igual como se habla del milagro alemán de la posguerra o del milagro económico coreano del sur.

¿Bolivia en la trampa del extractivismo y el desarrollismo latinoamericano?

Cuando se analiza fríamente los resultados concretos de la gestión de Evo Morales en sus 14 años al frente del Estado Plurinacional de Bolivia, se llega a la conclusión de que su labor ha sido extraordinaria. Sin embargo, el ejercicio del poder no puede estar exento de incurrir en prácticas que conlleven la comisión de errores aún partiendo de la mejor buena fe. La realidad del sistema-mundo en que todos estamos insertados de una forma u otra es muy dinámica. Muchos de los gobiernos de las nuevas izquierdas latinoamericanas no se percataron de los problemas que conlleva que sus economías descansen tan notablemente en la extracción de minerales, hidrocarburos o de la explotación de grandes plantaciones de monocultivo de soja, por ejemplo.

El extractivismo fue y es una gran oportunidad que catapultó los ingresos fuertes que sirvieron para financiar programas sociales, sacar mucha gente de la pobreza y sortear la gran crisis financiera del 2008 en América Latina y el Caribe. No obstante, se ha ido convirtiendo en una zona de confort cuya cara tiene un reverso que nos muestra graves daños ambientales y culturales. Algunos intelectuales de la región hoy dicen que la zona de confort de la que hablamos canceló las discusiones sobre lo que debe ser realmente el desarrollo económico conceptualmente. Pero el gran problema del extractivismo sigue siendo el tema del intercambio desigual. Los países ricos compran materias primas relativamente baratas en la América Latina y África y las transforman en mercancías industrializadas con un alto valor añadido que es realmente la manera como se crea la gran riqueza y la acumulación capitalista.  ¿Dónde está el problema entonces? El problema radica en que ese tipo de relación global perpetúa la dependencia de los países latinoamericanos como productores de materias primas (commodities) mientras que los países ricos siguen acumulando riquezas vendiendo sus mercancías. Después de 14 años de gestión de Evo Morales poco se ha logrado, por ejemplo, en diversificar las exportaciones del país. Al presente 90% de las exportaciones de Bolivia corresponden a hidrocarburos, minerales y monocultivos. Es decir, Bolivia a pesar de sus grandes avances socioeconómicos (como sucede con los demás países de la llamada Marea Rosa) no ha logrado alterar su posición en la economía-mundo. Esta realidad es un gran reto para toda la América Latina y el Caribe para romper con las ataduras que perpetúan la situación de dependencia de la región a escala global.

Otro elemento que debemos resaltar es que, desde hace un tiempo a esta parte, es evidente que existe un grupo indeterminado de indígenas opositores a la gestión de Evo Morales, que distintos estudiosos ubican en las nuevas capas medias de la sociedad boliviana. Se trata más específicamente de pequeños comerciantes y nuevos profesionales que son críticos a distintos aspectos de la gobernanza boliviana como el tema de la prolongación en el poder y que ahora tienen nuevas demandas y visiones de mundo dado a su condición de clase. De cualquier manera, no está claro aún este fenómeno que se ha manifestado en estas elecciones en una reducción de la base de apoyo a la candidatura de Evo Morales a pesar de seguir siendo la figura política de mayor relieve y apoyo.

El “neogolpismo” llega a Bolivia

A pesar de sus grandes aciertos a través del tiempo, su incumbencia ha sido marcada por la hostilidad de la oposición cruceña de corte muy reaccionario, como ya hemos visto anteriormente, así como por acciones intervencionistas que han tratado consistentemente de descarrilar el gobierno de Evo Morales. Esa élite económica a la que hacemos alusión, siempre ha sido aliada de los grandes intereses económicos foráneos y de los poderes fácticos. No debe extrañar la participación de la policía en este golpe de Estado. Ya en el año 2008 el cuerpo de la policía se amotinó y desconoció a Evo Morales como presidente causando desasosiego e inestabilidad en todo el país. En aquel entonces no se logró el cometido de la intentona golpista pero quedó consignada su deslealtad. En el caso de las fuerzas armadas es muy parecido. Basta mencionar que la presidenta autoproclamada Jeanine Áñez, fue investida como presidenta autoproclamada precisamente por las fuerzas armadas encabezadas por el general Williams Kalibán, a quien curiosamente poco después Áñez destituye fulminantemente.

El golpe de Estado contra Evo Morales se puede ubicar dentro de lo que se conoce como la modalidad intervencionista del “neogolpismo”. Se trata de una manera distinta a los típicos golpes de los militares décadas anteriores. Durante el siglo XXI los golpes de Estado de los militares han prácticamente desaparecido o han fracasado debido a diversos factores. Sin embargo, aunque la cultura política latinoamericana se ha inclinado a un consenso muy amplio en contra de las dictaduras, los autoritarismos y los golpes de Estado, hemos visto gradualmente una ruptura con esa realidad. Específicamente desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca las intervenciones en la región se han hecho no solo más frecuentes sino más evidentes y abiertas.

En el año 2008 el ejército hondureño, ejecutando una orden del Tribunal Supremo, destituye y deporta a Costa Rica al presidente electo democráticamente Manuel Zelaya. A partir de ese momento se comenzó a acuñar el concepto de “golpe blando” para ilustrar sobre una nueva modalidad delicada de intervención para derrocar gobiernos en América Latina. Los golpes blandos son parte de la doctrina del “soft power” que se hizo muy popular bajo la presidencia de Barack Obama. Los golpes blandos además suelen estar acompañados de ofensivas masivas de desinformación por parte de los grandes consorcios mediáticos (muchas veces asociados a las oligarquías y el capitalismo financiero internacional) tal y como hemos observado que ocurrió en el caso boliviano.

En una movida parecida se derrocó posteriormente otro gobierno progresista en 2012. El congreso paraguayo destituye en un cuestionable juicio político, que duró menos de 24 horas, a Fernando Lugo, ex obispo católico afiliado a la teología de la liberación. Fernando Lugo era apenas el primer presidente democrático de Paraguay después de los 61 años que gobernó ininterrumpidamente el Partido Colorado, incluyendo los 35 terribles años de la dictadura de Alfredo Stroessner.

Neogolpismo con judicialización política: las nuevas estrategias intervencionistas

Junto a la estrategia de los golpes blandos o “neogolpismo”, se comienzan a usar con frecuencia los aparatos judiciales para la fabricación de casos y criminalizar personalidades progresistas influyentes así como para derrocar gobiernos democráticos mal vistos por ejercer su soberanía. De esta forma se derrocó por medio a un artilugio a Dilma Rousseff como presidenta del Brasil y se encarcela -sin pruebas- a Lula Da Silva, cuando todas las encuestas lo daban como virtual y contundente vencedor de las elecciones brasileñas de 2018. Como si fuera poco, tanto Cristina Fernández de Kichner y a Rafael Correa han pasado por procesos parecidos buscando inhabilitarlos políticamente vía la criminalización de sus gestiones.  Tanto el profesor de derecho penal Alberto Fernández, recién electo presidente de argentina, como el ex juez Baltasar Garzón se han expresado condenando la práctica del “Lawfare” o “judicialización política” en general pero en especial han llamado la atención de los casos de Correa y Fernández en comparecencias públicas recientes. Estamos seguros que, de Evo Morales haber sido apresado en Bolivia, se le hubiese procesado judicialmente y encarcelado de manera infundada e injusta para invalidarlo por buen tiempo a participar en la política boliviana.

Un epílogo

Un golpe de Estado se ha materializado en Bolivia pero este no ha sido tan blando como sus versiones recientes en otros países latinoamericanos. El golpe pronto ha dejado ver su carácter de derecha extrema y racista. Hoy el ejército reprime y asesina a los Pueblos indígenas que ejercen su derecho inalienable a protestar, denunciar y defenderse de un régimen que ha usurpado el poder político con el propósito de discriminar abierta y vilmente contra la mayoría de la población de Bolivia. El régimen ilegal -con el único apoyo de los militares y la oligarquía- se mantiene hoy en el poder aislado interna e internacionalmente mientras el rechazo de la comunidad internacional crece a cada momento. Gracias a una amplia contraofensiva a través de redes sociales y medios alternativos de comunicación, pronto se logró desenmascarar esta acción que constituye un atentado contra la democracia y el genuino derecho de los Pueblos a ejercitar sus soberanías en beneficio del bien común y no de los grandes intereses económicos y financieros internacionales. Tan solo esperamos que pronto se consiga pacificar el país mediante un honesto proceso de diálogo anclado en la meta de alcanzar el mejor entendimiento entre todas las partes. Esperamos igualmente que se logre restituir con urgencia el orden constitucional (incluyendo la reinstalación de Evo Morales para que concluya su mandato) y así garantizar los derechos humanos y civiles de todos y todas las personas por igual en el Estado Plurinacional de Bolivia.

 

 

 

 


Sobre Carlos Severino Valdez
Carlos Severino Valdez

Profesor de Geografía en la Facultad de Ciencias Sociales del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Fue Decano de esta Facultad y luego Rector del Recinto.


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