Puerto Rico: Ante el conflicto existencial de Estados Unidos

Puerto Rico: Ante el conflicto existencial de Estados Unidos

                      

Prólogo. En la columna anterior propusimos una conversación sobre la coyuntura histórica puertorriqueña y sus desafíos, más allá de los corillos partidistas y titingós de status. Necesitamos sostener un diálogo sobre el rol del ciudadano de a pie en la gobernanza de esos temas criticos, ver la política como responsabilidad ciudadana, y no traqueteo de partidos. Según progresa la conversación iremos señalando los detalles del método que usaremos, pero por ahora baste mencionar que éste, distinto a otros, no enfocará directamene cada tema dialogado sino que buscará desenredar la madeja de relaciones dentro de las cuales el tema se desenvuelve. Es decir, la solución al problema requiere modificar el entretejido que lo sostiene.  Para el diálogo sostenido, “la política es sobre relacionamientos”, lo demás son ecos. Atender el problema sin atender la relación que lo causó nada resuelve, sólo postpone. Comencemos.

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¿Qué pasa en EEUU?                                

 “The Past is never dead. It’s not even past.”

(William Faulkner, Requiem for a Nun

 Eventos recientes en EEUU hacen pensar que su eterna pelea entre dos imaginarios del país se ha recrudecido. Que la ambigüedad plasmada desde sus orígenes en su Declaración de Independencia en 1776 y Constitución en 1787, y que diagnosticó el sueco Gunnar Myrdal en 1952 en An American Dilemma, continúa viva. Que su guerra civil continúa, pero modificada. Por un lado está el país abierto, liberal y diverso del mito fundador del melting pot, y por otro el original anglosajón supremacista, personificado en prácticas y códigos de estratificación racial.  Reventó en 1860 en una guerra con un millón de muertos y que no acabó, nomás cesó el fuego.  Los secesionistas se reincorporaron al país pero la anunciada reconstrucción, diseñada para la integración ciudadana de ex-esclavos, fue abolida 12 años después tras enorme oposición.

La oposición violenta por movimientos semiclandestinos a la integración de negros (y luego de inmigrantes “étnicos”) continuó durante el resto del siglo XIX principalmente en estados exrebeldes. Expandió nacionalmente en movimientos  supremacistas hasta mediados del siglo XX, generando numerosos monumentos heroicos a la “noble causa” mientras el país se consolidaba como potencia mundial. La pujanza económica tras la victoria sobre Alemania y Japón a mitad del siglo no disminuyó la pugna, que se endureció con el surgiente movimiento pro derechos civiles, que compartía la agenda con el macartismo, la guerra fría, los misiles soviéticos en Cuba y Vietnam.

Parecía calmarse al comenzar el siglo XXI cuando el trauma tras 9-11, las guerras en Iraq y Afganistán,y encima la crisis financiera-hipotecaria, coincidieron con el crecimiento demográfico-electoral “minoritario” y llevaron a la presidencia a Barack Obama en 2008.  Como reacción visceral el otro país se movilizó y eligió a Donald Trump en 2016. Eso recrudeció la contienda, ahora con líneas ideológicas afiliadas a los partidos tradicionales y erosionando las zapatas institucionales que antes sustentaron al país y poniéndolas en tela de juicio.  Todas las instituciones, algunas antes consideradas sagradas, son tildadas de partidismo: jurídicas, ejecutivas, parlamentarias, cívicas, partidarias, empresariales, y científico-académicas. La corrosión emana de adentro y se filtra hacia afuera, alimentando el discurso patriotero y socavando todo reclamo legítimo.

Así resurgen reyertas viejas, como por acceso de “minorías” al voto, enseñanza bíblica en escuelas públicas, derecho constitucional a poseer armas, o el aborto.  Y explosionan pugilatos nuevos: rumores conspiracionales en medios sociales, fake news, el asalto al capitolio, cuestionamiento electoral, critical race theory, y hasta otros que normalmente no serían conflictivos como la seriedad del coronavirus y (el más desconcertante) vacunarse como expresión política.

Encima cae del cielo la peor temporada de huracanes e incendios forestales, cae Afganistán… y se entiende que Washington no tenga disposición para temas secundarios. Borinquen, ausente de la agenda nacional y sin gallo en esa pelea, aparecería sólo como balón politico cuando le convenga a un bando u otro.  Mejor es protegerse.  Malísimo momento para mezclarse en ese berenjenal familiar.  Atendamos lo nuestro.

En contextos puramante locales Borinquen se verá obligado bajo cualquier circunstancia a adaptarse a contextos mayores. Su desafío será aprovechar lo más posible las oportunidades a su alcance.  Sus entretejidas crisis —climática, financiera, gubernativa, sanitaria—que lo sacudieron en las primeras décadas del siglo XXI , delinean el desafío: redefinirse. Frente a un mundo menos hospitalario, entre un vecindaro antillano que ha tenido relativamente abandonado y—más que nada—ante sí mismo, en autopoiesis o capacidad de reinventarse.  Lo más urgente es apartarse de la la mogolla del status y enfocarse adentro.

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El tema de la siguiente columna tiene trágicas implicaciones de largo plazo pero puede pasar desapercibido el plazo corto. La despoblación de Puerto Rico por emigración y baja fecundidad y su reemplazo con inmigrantes e inversionistas, requiere atenderse de inmediato. Ya se notan sus efectos en la dramática caída del número de alumnos entrando a las escuelas primarias, sean públicas o privadas.  Se refleja en la débil recuperación post-María del valor de bienes raíces, ante al gran interés de inversionistas en propiedades frente al mar para construcción de hostelería. Tenemos como advertencia a Hawáii, cuya actual población nativa es ahora una pequeña minoría y su cultura cada vez más un referente turístico en un lugar controlado por inmigrantes no nativos e inversionistas del continente. La acción correctiva tiene que comenzar de inmediato. Después discutiremos el vecindario antillano y caribeño.


Sobre Ramón E. Daubón
Ramón E. Daubón


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