¿Por qué educar con perspectiva de género?

¿Por qué educar con perspectiva de género?

Una de las cosas que más me hace estremecer es pensar que mi hije pueda reproducir la violencia que el machismo y el patriarcado han impuesto como norma en nuestra sociedad. Nos ocupamos en casa de educarle en amor, equidad y, en la medida que crece según sus capacidades, hemos ido presentándole la oportunidad de que sepa que su sexo no determina su comportamiento, sus deseos, personalidad, roles y modos de amar. Queremos que se desarrolle a plenitud y pueda entender, o al menos tener perspectiva de la diversidad y de que nadie, ningún ser humano es o debe ser exclusivamente de una manera dictada por la sociedad, que cada persona tiene derecho a ser quien quiera ser. Que sepa que no hay justificación para el rechazo, la burla, la exclusión y que no se debe ser cómplice silente de las violencias y que la indolencia no es una opción. 

Tengo un hije varón, no me imagino mi vida sin elle, pero sé que corre otra suerte y otros privilegios en esta sociedad. No quisiera tener que perderle nunca, mucho menos del modo en que muchos varones mueren en este mundo machista. Es sabido que aunque las mujeres intentan más el suicidio, los hombres lo logran más. También se sabe que los varones, sobre todo aquellos en condiciones de opresión por raza y en situación de empobrecimiento, suelen ser los mayores en número en el sistema de cárceles y castigo. También es conocido que los hombres mueren más por enfermedades prevenibles, como diabetes, hipertensión, infartos, entre otras, y que lamentable y dolorosamente tienden más a conductas de riesgo, como carreras a alta velocidad en vehículos de motor, crímenes de narcotráfico y muertes violentas. Si bien es cierto que las estadísticas de muertes por asesinato entre hombres y mujeres son parecidas, la responsabilidad de las muertes de hombres recae en ellos mismos. Mientras que en el caso de las cifras de asesinatos de mujeres (feminicidios) es también a manos de hombres. Sin embargo, estos problemas se adjudican casi siempre a estigmas y estereotipos sociales, o se relegan al ámbito de la salud mental o el empobrecimiento, y aunque todas estas se intersecan entre sí, poco se reconoce sobre cómo el género y el modelo de masculinidad influye significativamente en esos patrones de violencia.

Sabemos también que no se nace machista, y que el machismo es un modo de comportarse, de actuar y de pensar, que no discrimina por razón de sexo, pero sí es influyente de manera distinta en nuestra socialización. Aunque hay excepciones, a las mujeres se les educa para la condescendencia, tolerancia, amabilidad y disposición amorosa y de cuidados, promoviéndoles mantenerse en el ámbito de lo privado y doméstico o espacios feminizados. Mientras que a muchos hombres se les valida e impulsa más a la fuerza, al poder, dominio y control y a su vez al escenario público, liberándoles de responsabilidades afectivas y de cuidados. Es un aprendizaje social construido por el sistema patriarcal, que a su vez influencia escenarios diversos como la educación, por lo que cualquiera de nosotres lo puede reproducir. 

Es por esto que el temor más grande que tengo desde que mi hije nació es que reproduzca estos mandatos sociales normalizados y que en caso de rechazarlos por la perspectiva modelada en casa, la sociedad no se transforme al mismo ritmo y entonces se le genere algún daño. Ya he visto la manera en que absorbe aprendizajes de roles y estereotipos de género, o de racismo, aún cuando le criamos poniendo en acción la perspectiva de género y antirracista. Sin embargo, hacer el trabajo en casa no basta, es solo una meridiana parte. Necesitamos un sistema que promueva estos valores, que promueva la equidad y la perspectiva crítica de las experiencias y contextos sociales que vivimos, que reconozca la vulnerabilidad y permita ejercer las rupturas necesarias con las raíces de las violencias. Aún con esta carga mental y emocional, sabemos que por el solo hecho de nacer con pene, correrá riesgos distintos, y que hay cosas de las que quizás nunca tenga que preocuparse. Esto contrario a si hubiera nacido con vulva o si hubiese sido una persona intersexual. 

En Puerto Rico asesinan a una mujer cada siete días y no estamos hablando de casos aislados. Desde que tengo memoria los feminicidios y violaciones son el terror de muchas mujeres. Recuerdo todas las limitaciones que tuve durante mi adolescencia, los temores, los abusos sexuales, el acoso, y la violencia de género manifestada en la cotidianidad de relaciones intrafamiliares e interpersonales. Cuando decidí ir a estudiar a la universidad una de las consideraciones más importantes que debía tener en mente era que fuera un espacio seguro, un lugar donde no me fueran a violar o matar, aunque eso significara renunciar a lo que quería. Al final decidí resistir y arrebatarle al patriarcado los espacios que me negaba: la universidad, la calle de noche, la acera del camino a casa, el tiempo, las horas, la vida.

A veces le arrebataba el poder con mi falda, o algunos shorts a la luz de día, otras veces bailaba de noche, y en algunas ocasiones cantaba. Siempre debo admitir que andaba temerosa, y cuando creía que ya tenía el poder me ‘persiaba’ por algún hombre del camino que me codiciaba, me hostigaba o me vigilaba. Entonces volvía a las armas tomadas, algún peper spray en el llavero o las llaves entre los dedos a lo que llegaba, la ubicación en tiempo real y la llamada “llegué bien”, por que a veces un mensaje no bastaba. Otras veces, caminaba junto a una amiga, y esos ojos que vigilaban era de una hermana, de una aliada de una esperanza de que tenernos se hace en la práctica. Pero ¿qué pasa si nos cansamos? Qué pasa si ya no queremos el miedo más, si queremos caminar solas, si buscamos un espacio de ansias y nos permitimos la libertad de estar vivas. Qué pasa si nos negamos a darles lo que nos piden, y decidimos hacer otra cosa “no debida”, como la hora, como la danza, como el vuelo de ser y existir y ya. Pues pasa que nos matan, nos asesinan en nuestras casas, nos violan, nos desaparecen, nos secuestran, nos dejan tiradas y entonces pocas sobrevivimos a esas hazañas. Nos toca la guerra y no parece haber pronta pausa. 

Es entonces cuando vuelvo a mi hije, a quien educo con perspectiva de género y le veo creciendo e intento enseñarle que merecemos paz, que tenemos derecho a andar, a vivir y a soñar. Que queremos hablar, tomar posturas, tener espacios y que todos sean lugares seguros y encuentros donde tengamos la oportunidad de vivir, simplemente vivir. Trato con toda mi intención, de ser una madre feminista, de deconstruir todos los días, y de forjar un corazón dispuesto, un corazón de los que siente y ve. Aún cuando mi hije no ve, aún cuando no sea su experiencia, aún cuando no sea su historia; que sepa conspirar y hacer ruptura con aquello que nos mata, con el patriarcado. 

El modo que he encontrado para cuidar, criar y hacerle espacio a su natural proceso de crecer, ha sido darle a todo una perspectiva de género, y permitirle desarrollar la propia. Darle tiempo y lugar para entender la importancia de cuestionar, problematizar y solidarizarse con las causas. Solidarizarse con les otres y no basarse en ideologías, sino en tener conciencia crítica y no dejarse engañar por fundamentos que no están en contexto con la realidad. No es lo mismo un ideal, yo por ejemplo tengo ideales políticos y de conciencia, que no necesariamente espero que mi hije adopte igual. Sin embargo, hay cosas que tengo que hacer por elle y una de ellas es acompañarle a ver y a sentir con perspectiva, para que pueda diferenciar, reconocer la diversidad, amarla, y permitirse la libertad de ser y dejar ser a les demás. Que tenga un corazón que vea, sienta, accione y que cuando no vea, sea solidarie, sienta y haga también. 

 

*Nota – Este escrito se publicó originalmente en el blog Matertransmutar


Sobre Adli Cordero Espada
Adli Cordero Espada

Adli Cordero Espada es una trabajadora social y activista feminista. Es también fundadora y directora del blog Matertransmutar.


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