Ni interés ni amor:  Washington y el plebiscito

Ni interés ni amor:  Washington y el plebiscito

No nos hagamos ilusiones.  La auto-determinación de Puerto Rico nunca fue prioridad de sus conquistadores.  Cuando intentamos exigirla, ante ambos regímenes, fuimos marginados o sofocados a palos y disparos.

Por eso debería perdonársenos cierta incredulidad cuando Washington ahora declara que si Borinquen quisiera integrarse a la familia o apartarse de ella en varias posibilidades de separación amistosa, ello sería decisión exclusivamente boricua y que ellos respetarían. Puerto Rico, emulando quizás al cordero acostado de su escudo,  mayormente les agradece la cortesía.  Lo penoso es que aún los sectores progresistas del norte ven la concesión de auto-determinación a Borinquen no como derecho, lo justo y fuero de todo pueblo, sino como  compensación por 100+ años de atropellos.  La bien intencionada postura chorrea condescendencia, pero por lo general nos tragamos el cuento y seguimos.

Que los boricuas auto-determinen unirse a la familia estadounidense como miembro full-fledged  sería perfectamente legítimo.  Y sería admirable que consideren integrarse en un momento tan disfuncional para la familia como el actual, cuando los bandos en pugna ya sacaron los cuchillos largos en la peor contienda política en siglo y medio.  Pero, si los boricuas decidiesen hacerlo, que vayan de pie a ofrecer su aporte al proyecto familiar, anticipando consideración, y no en cuclillas a pedir el favor de admisión, buscando el visto bueno de los amigos del norte que quieren extirpar su culpa colectiva por los atropellos y vejaciones cometidos en su nombre por sus gobiernos desde el desembarco en Guánica hasta los metafóricos rollos de papel toalla.

Pero para ofrecer dicho aporte al proceso familiar de  EEUU, los boricuas deben primero definir lo que ofrecen.  Eso no está hecho. De lo contrario se vuelve una oferta de “quiéreme por ser lindo o porque me lo debes por culpa, una que nadie en su sano juicio debería aceptar al negociar del otro lado.  Mal inicio para cualquier nueva relación cercana.

Ahora a los boricuas se les presentó el 3 de noviembre la disyuntiva de pedir o no pedir, sin haber definido qué traen a la mesa y bajo afirmaciones por parte de los que tienen el poder en Washington solo que la petición será escuchada respetuosamente pero sin compromiso.  Dada las condiciones, no los culpo por el culipandeo. Si lo que está en juego es la tan dilatada autodeterminación de este pueblo para definir su futuro,  ¿por qué tener presente el interés de EEUU antes de comenzado el ejercicio de saber qué ofrecen los boricuas?   Auto-determinación por definición sólo debe incluir a los que se determinan.  Los amigos del norte saben esto y reconocen el ejercicio como miqueo, posturing, que les permite llenar fachada de interesados sin comprometerse y sin entender plenamente por qué algunos boricuas insistieron en esto en tan mal momento. Pero ya es tarde para echarse atrás, así que ahí vamos.

Vale aclarar que interés por Puerto Rico hubo en Washington por largo tiempo aunque era puro interés práctico.  El “portaviones fijo”, como se le llamó protegía las rutas al canal de Panamá y estabilizaba el Caribe para EEUU.  En cuanto a interés  económico el azúcar fue inmensamente rentable por varias décadas aunque de paso destruyera el resto de la economía local.  Algunos hijos del país y extranjeros bienintencionados, conmovidos por la evidente miseria, la apropiación de sus recursos, la penetración no refrendada por el aparato militar y la falta de poder de la víctima para frenar el ultraje propusieron la solución más práctica posible, aunque menos honorable y sin resolver el problema de fondo: tratar a la víctima como cortesana, con mesada, beneficios y acceso al crédito y hacerla verse bien.

Funcionó mientras duró. Pero con el tiempo el azúcar dejó de ser rentable,  las bases se hicieron superfluas y  los esfuerzos por reemplazar fuentes de ingresos chocaron contra la falta de poderes.  La respuesta fue cargar el crédito hasta el límite hasta hacer inviable el sistema, que se desplomó estrepitosamente y las riendas fueron tomadas por la Junta de Control Fiscal designada por Washington. La crisis financiera internacional acabó con lo poco que quedaba y el mal gobierno sumado a los huracanes, terremotos y el Covid-19  acabaron el resto. Maltrecha, ahora la cortesana provoca en Washington culpa entre sus amigos y recelo ante sus críticos.  Y ahora se añaden el 3 de noviembre las más divisivas elecciones en más de un siglo en EEUU y el plebiscito en Puerto Rico.  Ruido, ruido, ruido.

Pero el renacido interés  no tiene que ver con Puerto Rico o con sus necesidades; en lo que a Washington concierne, el tema es no antagonizar el voto boricua en estados claves donde  puede ser significativo en una contienda reñida hasta el último voto.  La posición tomada fue de “lo que ustedes digan …pero no me comprometan”. La autodeterminación de Puerto Rico, no se diga la estatidad, es ruido que no se menciona.

En cuanto al amor, nunca lo hubo.  Las posiblidades de resolver el entuerto no ameritaban el esfuerzo y fue más fácil dejar-seguir: que se resolviera por sí solo el problema. Así desde Washington miraron impávidos por setenta años desde las graderías los intrínculis del colapso que siempre se vio venir.  Ahora Borinquen les queda como la triste figura de una ex-querida, cuyas gracias han desmerecido y con quién no saben qué hacer. Su respuesta, en argot NFL: punt.


Sobre Ramón E. Daubón
Ramón E. Daubón


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