Idolatría de los automoviles

Idolatría de los automoviles

La idolatría es el culto de los dioses; amor excesivo a una figura de falsa deidad. En Puerto Rico existe idolatría por el automóvil. El comportamiento histérico de un gran sector de la ciudadanía durante la huelga de los camioneros hace unos meses, reafirma esa premisa. Los automóviles son nuestros ídolos, los cuales cuidamos, veneramos y por supuesto le rendimos un desmesurado culto. Sin embargo, ese culto al hierro y a la chatarra tiene su “justificación” y ésta consiste en la forma en que nuestro país ha desplanificado su desarrollo y crecimiento.

La dependencia del automóvil es compulsoria e incentivada por el desparrame urbano carente de sistemas de transportación colectiva capaces de mover la población tanto a sus centros de trabajo como a los puntos de servicios fundamentales. Nuestro mundo boricua está “planificado” en relación al automóvil. Por tal razón, toda la gestión que hacemos, tanto individualmente como en forma de pueblo, está dirigida a venerar, beneficiar, destacar, distinguir e idolatrar a ese dios de cuatro ruedas que nos roba nuestros mejores recursos. Veámos.

En Puerto Rico, la compra de una residencia esta condicionada no al tamaño y a la comodidad de las personas que la van a vivir, sino a la amplitud, comodidad y seguridad de la habitación del automóvil: la marquesina. Las parejas jóvenes buscan y exigen, fundamentalmente, una casa con una sola habitación pero con doble marquesina. Las promociones de los “realtors” dan más énfasis a la cercanía de lugares de servicios para los automóviles que a las escuelas u hospitales.

Un automóvil es la motivación fundamental que una familia puertorriqueña hace al hijo(a) adolescente para que se porte bien y termine su escuela superior.

El cobro del peaje en la autopista lo paga el conductor pero cuando el brazo mecánico se levanta, luego de haber recibido el importe requerido, es una reverencia y señal de paso sólo al automóvil.

Los peatones reciben servicios de los bancos y de los “fast-food” hasta cierta hora. Después de ésta sólo son reconocidos y aceptados como clientes si vienen en un automóvil y utilizan, por supuesto, el “servi-car”. Como peatón ni lo intente.

Un robo o un secuestro a un ciudadano es un delito común, pero si en el acto del mismo los malhechores se apropian del automóvil (“carjacking”) el delito se convierte en uno grave y hasta los federales pueden intervenir.

A los conductores no se les exige seguro alguno, pero para los automóviles es compulsorio. Y éste no para cubrir daños ni muerte a personas, sino para cubrir solamente el costo de los daños de la lata de los vehículos afectados por un accidente.

En ningún lugar atienden y cuidan de los niños cuando vamos de compra o a comer en un restaurante. Pero para el automóvil hay “valet parking” y otros cariñitos.

Los ciudadanos que operan en la economía subterránea no se calientan vistiendo de etiqueta ni asistiendo a los mejores hoteles, sin embargo lavan su dinero adquiriendo Hummer, BMW, Jaguar y otros automóviles de “marca” sin la mayor preocupación de que el Estado los persiga.

La guía telefónica tiene más páginas sobre servicios para el automóvil que para todas las especialidades médicas existentes. Así también, el número de clasificados en los periódicos de circulación general para la venta de automóviles supera por mucho a los de la vivienda y otros servicios y necesidades fundamentales.

El crecimiento mayor de tiendas especializadas en Puerto Rico es en el renglón de automóviles, ofreciendo servicios, venta de piezas y accesorios y “embellecimiento”. No hay farmacia, colmado, “school supply”, o pulguero, que no tenga artículos de autos para la venta. Los tapones son repudiados más porque los autos sufren, se calientan y deprecian, que por el estado negativo emocional que pueda producir a los conductores.

En nuestros hogares podemos mantener en suspenso el arreglo de una cerradura, un operador de ventana, una filtración y hasta basura en el patio, pero no podemos dejar pasar unos días para resolver un pequeño desperfecto del automóvil. Podemos tener una ventana rota, pero jamás salir a la calle con un tapabocina menos.

Una familia podría dejar de llevar regularmente a sus niños al pediatra, al dentista o al nutricionista, pero es un pecado mortal no llevar al auto al cotejo de las tres mil millas y a las citas subsiguientes.

Cuando el policía coloca un boleto de estacionamiento en el cristal de un auto, no es al auto al que multa, es al conductor. Y así también, cuando dos automóviles chocan, los culpables son los conductores y éstos vienen obligados a pagar los daños ocurridos a los automóviles.

Las personas se molestan por los hoyos, la falta de señales de tránsito y las deficiencias de las carreteras, pero no por la falta de encintados (aceras) para las personas. Un encintado equivale a restarle espacio a los autos.

Si un ciudadano opera su equipo de música con volumen alto, está expuesto a ser denunciado por ruidos innecesarios o alteración a la paz. Pero si lo hace en un automóvil, está exento de esa denuncia.

Si su crédito está dañado no tiene oportunidad alguna de comprar y financiar un terreno o una residencia. Pero si está dispuesto a comprar un automóvil, le hacen los arreglos pertinentes para poner su crédito en orden y en par de horas el cliente está montado.

La deuda pública de todos los puertorriqueños es millonaria. No tenemos duda de que la inmensa mayoría de la misma se debe al financiamiento de automóviles y por ende, a la construcción y reparación de carreteras. El automóvil es la primera o segunda “inversión” mayor de una familia boricua. Muchas de éstas pagan más por sus automóviles que por su residencia, la educación de los hijos y las contribuciones.

La idolatría se demuestra con la importación de más de 120,000 automóviles anualmente. En el año 2000 gastamos una cifra impublicable en la compra de este producto. Para ese mismo año había 2.4 millones de vehículos en Puerto Rico, un promedio de 0.63 automóviles por cada persona o lo que es igual 3 automóviles por cada 5 personas. Nuestra población se puede acomodar, fácil y cómodamente, en los automóviles existentes en el país. Como consecuencia de esta realidad, tenemos alrededor de 146 automóviles por cada milla de carretera (cifra de las más alta del mundo según el DTOP).

De continuar la actitud de idolatría ilimitada, con el auspicio de la desplanificación gubernamental, para el 2020 tendremos 4.4 millones de automóviles… pero no tendremos carreteras suficientes para mover los mismos. Nos moveremos empujados más por la fuerza del parachoques del auto que tengamos atrás, que por movimiento propio. La población siempre será protagonista del tapón del famoso cuento Autopistas del Sur de don Julio Cortázar.


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JUAN CAMACHO


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