Escenario para zombis: turista declara que la leyenda del Hotel California ocurrió en Ponce

Escenario para zombis: turista declara que la leyenda del Hotel California ocurrió en Ponce

Durante una tarde, de esas en las que tu instinto aventurero te toma por sorpresa, junto con mi hermano decidí salir a la carretera sin un destino específico. Luego de recorrer varios kilómetros por la costa sur, atravesando la ciudad de Ponce, alcanzamos a ver un edificio solitario a lo lejos en una montaña, cerca de la Cruceta del Vigía. Nos entró la curiosidad por saber de qué se trataba, así que subimos la montaña pasando por el Castillo Serrallés, la Cruceta, hasta llegar al lugar.

El ambiente que se respiraba era completamente diferente a lo que veníamos disfrutando en el viaje. El edificio al que llegamos era un lugar abandonado, de esos que su color resalta más cuando el día se nubla, como ocurrió en aquel instante. En cada paso que lograba adelantar, crecían más los escalofríos. Mientras caminábamos conociendo el área, nos topamos con un letrero un poco sucio que decía “Bienvenido al Hotel Intercontinental”. Fue ahí que descubrimos lo que había sido el lugar años atrás.

Continuamos investigando el área, bordeando la piscina sin agua llena de grafitis y dibujos aterradores. Luego de pensarlo varias veces, tuvimos el atrevimiento de entrar por completo al edificio. Pasamos primero por el vestíbulo, para recorrer cada pasillo oscuro en todos los pisos de la estructura, incrementando el aire de misterio y suspenso. Entonces, oímos una voz que venía directamente desde la penúltima habitación del antiguo hotel, la número 169.  No hubo otra alternativa más que entrar a la habitación. Lo primero que pude ver fue una guitarra vieja cubierta de polvo y sin cuerdas. Cuando quise agarrarla para verla más de cerca alguien gritó “¡suéltala ahora mismo!”. Inmediatamente supe que no era la voz de mi hermano. Miré alrededor y vi a un hombre de aspecto siniestro tirado en una esquina.

Pensé por un momento si acercarme o salir corriendo, pero sentí que ya había llegado demasiado lejos como para irme sin antes conocer la historia detrás de ese hombre, que por su apariencia y su forma de hablar, pude deducir que se trataba de un viejo estadounidense. Le pregunté si podía quedarme para que me narrara su historia y cómo terminó en ese lugar y en ese estado. “¿Estás seguro de que quieres oír la verdadera historia?”, me preguntó con tono serio, un poco molesto y amargado. Respondí que sí y entonces comenzó a dar su testimonio de la magia y el terror que vivió en aquel lugar una noche del 1975.

“Mi nombre es Don Henley. Yo vivía felizmente en California trabajando en el mundo de la música con mi banda. Un día quise despejarme un poco y tener vacaciones, es por eso que llegué a Puerto Rico. Una tarde del 75, quise tomar la ruta y pasear por la isla disfrutando de sus paisajes. Cuando comenzó a caer la noche, atravesaba una oscura autopista por el sur, sintiendo el viento fresco y el cálido olor a arena y sal que venía directamente del mar. Unos kilómetros más adelante, pude ver una luz brillante a la distancia. Entonces al tener la cabeza pesada y la vista ya algo cansada, tenía que encontrar un parador para pasar la noche en aquel momento. Quise seguir la luz para saber a dónde me dirigía, y así fue como llegué a este lugar.

En la entrada me recibió una mujer vestida de negro, muy hermosa y reluciente, probablemente la más bella que vi en el viaje y quizás en toda mi vida. Sin embargo, su mirada me pareció enigmática e indescifrable, lo que me llevó a pensar que podría haber llegado al cielo o al mismo infierno. Me dio un paseo por todos los alrededores como la piscina, el comedor, el casino y las habitaciones. “¡Bienvenido al Hotel Intercontinental!”, me decían los empleados desconocidos cuando me cruzaban por el lado. “Un hermoso lugar para cualquier época del año”, añadió la mujer de negro sospechosamente. Al finalizar el recorrido me dejó en mi habitación, invitándome a la fiesta de bienvenida que realizaban todas las noches para recibir y celebrar la estadía de los nuevos huéspedes. Acepté la invitación y a la medianoche me dirigí a la habitación 169, tal como decía la invitación.

Al abrir la puerta, me encontré en un escenario fascinante y mágico, con espejos y diamantes en el techo, y cascadas de champán en las mesas. Empecé a compartir y pasarla bien con mis nuevos amigos, riendo y bailando. Cuando repentinamente se apagaron las luces, y segundos después de un espeluznante silencio, comenzó a hablar la mujer de negro, como si su voz estuviera poseída por un espíritu. “Bienvenidos al Hotel Intercontinental, el mejor paraíso del planeta. Ha llegado la hora de decirles que todos serán prisioneros aquí del hechizo mágico de este lugar. Ahora, ha llegado el momento de alimentar al Maestro. No se asusten, no tengan miedo. Lo podrán saludar, lo podrán abrazar, lo podrán golpear, lo podrán apuñalar, podrán correr. Pero simplemente no podrán salvarse de sus garras bestiales”, expresó la mujer.

Al escuchar esas palabras seguidas de los gritos de pánico, quise escapar lo más rápido que pude. Lo último que recuerdo es que estaba corriendo desesperadamente buscando la puerta de salida. Tenía que encontrar el pasillo de vuelta y salir de aquel escalofriante lugar. Llegué hasta el vestíbulo, todo apagado con luces entrecortadas. Observé que en la puerta estaba el portero del hotel, quien desde el recibidor me dijo, “relájese señor, estamos programados para recibirle, dando el mejor servicio”.  Poco a poco su voz se fue tornando a un sonido más monstruoso, y entonces dijo, “puedes pagar la cuenta en el momento que quieras, pero nunca te podrás ir”.

Así fue como quedé prisionero de este lugar, hasta el fin de mis días. Por suerte llevaba conmigo esa guitarra que acabaste de tocar, con la cual escribí el famoso estribillo “Bienvenido al Hotel California”, lo que quiere decir “Bienvenido al Hotel Intercontinental”. Sin embargo, nunca quise revelar la verdadera identidad del lugar, para ahorrarme problemas con el Maestro. Esa fue la historia de este hotel, una celda para vivir en el último día, y morir en la primera noche”.


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