Un dólar de agua

Por Julio Fondeur*
¿Puedes venderme lluvia, el agua
qué te ha dado tus lágrimas y te moja la lengua?
¿Puedes venderme un dólar de agua de manantial, una nube preñada, crespa y suave como una cordera,
o bien agua llovida en la montaña,
o el agua de los charcos abandonados a los perros,
o una legua de mar, tal vez un lago, cien dólares de lago?
El agua cae, rueda. El agua rueda, pasa. Nadie la tiene, nadie.
Fragmento del poema “¿Puedes?” de Nicolás Guillén
Cuando el gran poeta nacional cubano Nicolás Guillén escribió ese hermoso poema en 1931, es muy probable que no concibiera que la humanidad estaría entrando apenas medio siglo después en una de sus etapas más abyectas en donde el triunfo del capitalismo como idea moral, estaría llevándola al desprecio de sus más altos valores de solidaridad en aras de alcanzar la ilusa idea de que se puede vivir en base al interminable afán de hacer riquezas, aunque fuera a costa del bienestar del resto de los mortales que habitamos este planeta. La tierra y el agua ya han dejado de ser patrimonio natural para ser convertidos en mercancía o propiedad de renta del grupito de oligarcas que controla el mundo. El día que aparezca la tecnología para acaparar el aire fresco y limpio, también correrá la misma suerte.
La aspiración de todo buen capitalista es que el Estado no lo moleste, que no le cobre impuestos, que le permita pagar a sus empleados lo que a él le parezca justo y que nadie intervenga para imponer regla alguna en sus operaciones empresariales tales como salarios, precios, competencia, ubicación de su negocio, cuidado del medioambiente y transacciones financieras de capital. A eso le llaman libre mercado en la política y neoliberalismo en la academia. O sea, como zorro suelto en gallinero, realizar sin atadura todo lo que su fecunda y emprendedora mente le sugiere hacer para beneficio de su bolsillo, no de la sociedad.
Durante gran parte del siglo 20 reinó en los países capitalistas la idea del economista británico John Maynard Keynes de que cierto control, regulación y participación en la economía por parte del estado era necesario para garantizar el bienestar de la economía, de las clases desposeídas y de la sociedad en general. De ahí que proyectos como el de salario mínimo, seguro social, educación y medicina gratuita, construcción de infraestructura de vivienda y transporte, se convirtieron en estandartes de los países desarrollados creando las llamadas sociedades de bienestar tanto en Estados Unidos como Europa. Esas políticas permitieron alas clases bajas estadounidenses vivir lo que se denomina como el sueño americano. Ese sueño duró hasta la década de 1970 con el estallido del modelo de patrón oro del dólar americano y con la llamada crisis del precio del petróleo La respuesta de la oligarquía capitalista fue la disolución del pacto social que permitía a los trabajadores cierta participación del pastel económico, reduciendo los salarios y lanzando la campaña de satanización despiadada de los sindicatos y de la propiedad pública. Además, la eliminación de programas de asistencia social bajo la excusa de que representan despilfarros de presupuesto del gobierno, disminuyen la competitividad y solamente representan ser fuentes de vicios y corrupción social que generan y perpetúan la pobreza. Ya en la década de 1990, con la desaparición del socialismo soviético arrecia la propaganda neoliberal como sacrosanto dogma universal que nos hará ricos a todos los “emprendedores” que habitamos este planeta, por los siglos de los siglos.
Con la entronización de la idea neoliberal como filosofía del bienestar capitalista, se acepta como bueno, justo y necesario que el estado “corrupto e ineficiente” se desentienda de todas las infraestructuras y servicios públicos y que las entregue a la explotación privada como única forma de sostener la salud de la economía. Para facilitar la aceptación y entusiasmo del pueblo ante tal despojo, el libreto establece un procedimiento común: primero abandono de la empresa o servicio para crear malestar de la población ante la precariedad del servicio, aumentos de precios, degradación del servicio, endeudar la empresa, y venderla a precio de quemazón al compadre de turno, para salvarla de la ruina. Luego, una vez privatizada y ante la realidad de que la oferta privada se hace peor y más cara que la pública, entonces se procede con la publicidad y el mercadeo a recordarle al pueblo lo malo que era el servicio al momento de la venta al privatizador; nadie se acuerda de lo bueno que era cuando el estado no la había dañado porque tenía real empeño en proveer el servicio.
Agua limpia y pura en mi Puerto Rico…
De todos los proyectos privatizadores que la ola neoliberal ha implementado en Puerto Rico, (carreteras, puertos, salud, educación, energía eléctrica, acueductos) solo el de acueductos no ha sido viable…por ahora. La razón no radica en que haya habido oposición de los trabajadores de la empresa y de los grupos de militancia social pues la privatización se ejecutó sin tropiezos entre 1995 y principios de los 2000’s. Solo se revirtió ante el evidente fracaso de los dos inversionistas (las empresas francesas PSG -Vivendi- y luego Ondeo -Suez) que intentaron convertirla en negocio rentable solicitando aumentos de tarifas que tuvieron que ser denegadas ante el miedo del gobierno al impacto político-electoral que tal aumento representaría. Como toda actividad económica, la provisión de un servicio requiere que la tasa de ganancia y de retorno de inversión sea atractiva para los “inversionistas”. El servicio de acueductos y alcantarillados es una necesidad pública vital para la vida humana y es como tal, un derecho. La aceptación del despojo por parte del pueblo requiere primero un “shock” de terror y luego la fantasía de que ese bien público será mejor (y más barato!). La etapa del terror con el agua se da por dos circunstancias igualmente catastróficas: la escasez de abastos y abandono de la infraestructura de distribución, o la no potabilidad.
La escasez
En países capitalistas como Australia, donde la naturaleza está castigando regiones enteras por falta de agua, se ha llegado al colmo de privatizar los recursos acuíferos para que un grupo de inversionistas amase fortunas vendiendo agua a los productores agrícolas.
Afortunadamente, Puerto Rico es una isla bendecida con agua abundante. Cuando el estado comenzó el proceso de abandonar el servicio de agua a principios de los 90’s, se inició con el abandono de inversión y mantenimiento de los abastos o infraestructuras de almacenamiento de agua (presas y embalses). De inmediato surgió la industria de los tanques de almacenamiento caseros ante las continuas “sequías”. Esa infraestructura de embalses hoy es la misma, sin ninguna inversión trascendental más allá del requerido dragado de mantenimiento. Sin embargo, luego del fracaso privatizador, a dónde fueron a parar las empresas que vivían del negocio de vender los tanques de agua de techos en Puerto Rico? Al desaparecer el plan de privatización y la intención deliberada de crear conmoción de escasez, no hacíamos filas para pagar cualquier cantidad y subir un tanque de cientos de galones en nuestros techos. Sin embargo, observamos como ha renacido esa industria luego de la conmoción de la rotura del conducto que mantuvo sin agua por varios días a gran parte del área metropolitana el pasado 25 de julio.
La calidad
Para la misma época de la “escasez”, inició la campaña de la calidad del agua. Esta tiene una característica más insidiosa pues apela al miedo y también al glamour del agua embotellada. A pesar de que en la isla nunca ha ocurrido una catástrofe operacional que afecte seriamente el nivel de calidad del agua potable, ya vamos para más de 40 años con la campaña solapada de que el agua potable que suple la Autoridad de Acueductos no es recomendable para el consumo, que contiene minerales en exceso y que ”sabe mal”. En Puerto Rico todos bebíamos agua de la llave y a nadie se le ocurría la idea de beber agua de botella. En cualquier cafetería o restaurante nos ponían una jarra de agua fría de la llave y a nadie se le ocurría tomar otra cosa excepto que apeteciera un refresco o bebida alcohólica. ¿Cuándo fue la última vez que usted vió a un funcionario(a) de Acueductos orientando a la población sobre la potabilidad del agua? Lo que sí aparece en la página web de la AAA, para los interesados, es un reporte muy técnico, que no establece plan alguno de corrección de violaciones y que sólo un bioquímico entiende. En otras palabras, quien ve tales reportes sale horrorizado a comprar agua al supermercado.
Ya en los 80’s se disparó la industria de los vendedores de filtros que nos salvan de todas las toxicidades generadoras de enfermedades que contiene el agua de la llave. El crecimiento de ese negocio se ralentizó ante la aparición del aluvión de plásticos de bajo costo que viabiliza el agua en botella a bajo costo. Al principio, una botella de 12 onzas de agua se vendía a unos 15 centavos, hoy cuesta alrededor de 50 centavos en formato de paquetes de botellas en el supermercado; y nadie cobra menos de $1 dólar en cualquier humilde establecimiento, siendo de $1.50 a $2.00 la norma en cualquier restaurante de comida rápida. Claro está, como toda actividad de mercado, existe el segmento “premium” para aquellos privilegiados “conocedores” de la alta sociedad que pagan entre $7 y $10 por una botella europea con agua de un pozo mágico ubicado en el fin del mundo.
Desde luego, la industria del agua embotellada ha adquirido tal fuerza que las principales empresas embotelladoras de refrescos han convertido la venta de agua embotellada en una de sus principales fuentes de ingresos.
¿Una nueva oportunidad?
El evento del 25 de julio no sólo le abrió el apetito a los vendedores de tanques de almacenamiento, sino que se le hizo agua en la boca a la caquistocracia boricua e inmediatamente comenzó a diseñar la estrategia que le permita renacer el viejo anhelo de privatizar la AAA y de paso conseguir unos pesos. En apenas horas luego del accidente, ya la gobernadora anunciaba la contratación del “experto” Carlos Pesquera para que presente un informe y recomendaciones de cómo mejorar la eficiencia operacional de esa corporación pública. Aparte del dinerito que se ganará Pesquera, ya veremos cuántas oportunidades de subcontrataciones, APPs, y puestos de asesorías incluirá dicho informe.
El problema con el servicio de acueductos no es sólo que estamos pagando un alto costo por un derecho humano que el estado no se preocupa en proveer, sino que además estamos asesinando el ambiente de la isla con los millones de botellas plásticas que van a parar a nuestros vertederos.
Desafortunadamente nos hemos acostumbrado a la idea de la salvación individual. Si hay problemas con la disponibilidad del agua, corremos a comprar un tanque de almacenamiento. Si hay problema con la calidad, estamos dispuestos a rompernos la espalda cargando cajas de botellas en el supermercado. Si el genial informe de Pesquera le indica que hay que privatizar la AAA u otorgar un jugoso contrato de administración a uno de sus amigotes, no se eche la culpa usted mismo invirtiendo dinero para la salvación de usted y su familia, salga a dar batalla en la calle por usted y el pais. La próxima vez que usted pague $1.50 por una botellita de agua y monte su tanque en el techo, piense que está cooperando con el plan de los dueños del mundo para crear la condiciones de terror que le harán agradecer el pago obligado de una gran parte de su sueldo a un eficiente e innovador operador privado, gracias al cual tendrá el privilegio de beber agua, bañarse, bajar el inodoro, lavar la ropa y fregar los platos.
*El autor es ingeniero electricista retirado y observador de la situación energética local e internacional.
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