Libertad de cartón

Libertad de cartón

Nací en un país convencido de que es libre y asociado. Tanto se lo dijeron que se lo creyó. Mi generación heredó ese país que otros construyeron para mis padres fundado sobre los cimientos del miedo, un amor enfermizo por la certeza y un repudio crónico al cambio.

Mientras mi mamá suspiraba por el actor Humphrey Bogart con su eterno cigarrillo en la boca y mi padre se enlistaba para servir en el ejército de los Estados Unidos –más por necesidad que por convicción– otros se aseguraban de que la semilla del temor germinara y sus raíces fueran fuertes y profundas. Mientras más se enterraban, sepultaban con ellas el espíritu indomable que caracteriza a la juventud. Así que la generación de mis padres pasó de la adolescencia a la vejez en un suspiro.

Fue en su oído donde el galán de novela que caminaba los montes con sus zapatos finos y guayaberas de costoso hilo blanco, les susurraba sobre la pobreza, su derecho a una mejor vida, a tener techo y comida seguros para los suyos y los convenció que podían ser sus pares en esa mesa.

Mis padres vivieron en un país donde se silenciaron las diferencias, se encarceló su conciencia, se borró su historia de lucha y se proscribió su bandera. Dormían al calor de otra bandera que les prometía pan, tierra y libertad. Una libertad de cartón que nada tenía que ver con el orgullo de ser dueños de la casa. Así que se acostumbraron a vivir alquilados en su propia tierra.

Otros llegaron con sus cantos de sirena a prometerles un futuro nuevo en el que podían ser parte de algo más grande e importante. Les dijeron que su fragilidad no les permitiría superar los escollos que enfrentan los países que aspiran a escribir su propia hoja de ruta y lo único que debían entregar a cambio era su alma. En esa contradicción de espíritu llegué a ver mi a padre enarbolar en las elecciones las banderas del Partido Independentista Puertorriqueño y la del Partido Nuevo Progresista desde su automóvil, porque a pesar de la machaca continuaba encendido en su espíritu un vaho de resistencia.

Mi mamá, que siempre le llevó ventaja en todo, cambio a Bogart por Juan Mari Brás y su verbo ardiente. Una y otra vez nos dijo que no creyéramos en cuentos de hadas porque siempre terminaban con un hombre salvando la situación y una mujer subyugada en nombre del amor.


Sobre Daisy Sánchez
Daisy Sánchez

Su labor profesional en el campo del periodismo y la investigación le han merecido varios reconocimientos. Dos de sus libros han sido premiados: "Cita con la Injusticia" y "La que te llama vida: In?


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