Hijos de Borinquen: "Lloro porque no aguanto"

Hijos de Borinquen: "Lloro porque no aguanto"

Foto suministrada | Génesis Ramos Rosado

La pobreza en la niñez puertorriqueña es una de los principales problemáticas que enfrenta el país. Puerto Rico Te Quiero continúa su compromiso con las justicia social, por lo que durante las próximas semanas publicaremos crónicas de jóvenes que afrontan la pobreza diariamente. Esta es la tercera de ocho crónicas escritas por jóvenes portavoces de la campaña Hijos de Borinquen, la cual busca visualizar esta situación en el contexto de las elecciones. Desde el barrio Caín Alto, San Germán, te compartimos las vivencias de Génesis, una Hija de Borinquen.

 

Martes, 15 de septiembre de 2020.

Abro los ojos, me encuentro aturdida pensando en que me cogió el día y no voy a poder repasar antes de mi examen. Dentro del cansancio y la taquicardia que sentía busco mi teléfono, son las 3:47 a.m., faltan justo tres minutos para que suene mi primera alarma. Me digo, “tranquila tienes chance de repasar y desayunar con calma”. Soy estudiante a tiempo completo, por lo que la conexión de internet se ha convertido en una de mis necesidades primarias en tiempos de pandemia. Suena mi alarma de las 4 a.m. y mi abuelo se asoma al cuarto, “¿Tan temprano despierta? Pero si tú te acostaste casi a las 12, mamita tú no descansas”.

Mi sueño era tanto que no contesté, solo le hice señas con la cara de que pues, ¿qué se puede hacer? Mi madre me llama por teléfono: “Buenos días, éxito en tu examen, voy a ti”. Como mencioné, el internet en estos momentos de mi vida es vital, pero en casa no tenemos router y la conexión de hotspot no da ni para que me pueda conectar por tres días a mis clases. Así que me quedo la mayor parte del tiempo en casa de mis abuelos, quienes afortunadamente son mis vecinos y sí tienen router.

Comienzo por repasar y a eso dos horas más tarde me baño y mientras estoy en la ducha hago una lista mental de todas las cosas que tengo para el día. “Exámen de filosofía, tarea de psicología escolar, investigación, estudiar para el quizz de desarrollo humano, discusión con la directiva de Impacto Juventud, ensayo de teatro. Me falta algo, ¿qué es? ¡Argh! Pichea más tarde te acuerdas”. Sigo con mi mañana me siento frente a mi computadora a revisar la plataforma de la universidad para ver si hay algún trabajo nuevo asignado, y efectivamente sí hay. Anoto todo en mi agenda, aumenta un poco la ansiedad porque se siguen acumulando trabajos y parece que no tendré un respiro en buen tiempo.

Para la segunda parte del examen debía contestar una pregunta de ensayo, así que para maximizar mi tiempo escribo el encabezado en el papel tiempo antes de que comience la prueba. Mis primas, quienes están en edad escolar y sus padres tienen que irse a trabajar, también se quedan durante el día en casa de mis abuelos para no quedarse solas y poder tomar sus clases. Les pregunto: “¿qué día es hoy? O sea, ¿qué número?”. María me contesta: “Hoy es 15”. Me quedo callada por unos segundos mirando la hoja de papel y luego contesto: “hoy abuela estuviese cumpliendo años”. Mi querida y amada abuela Gloria, quien se fue hace unos meses con su amor abuelo Chilo. ¿Estarán viendo lo que estoy haciendo? ¿Estarán orgullosos? Son las incógnitas que rápidamente vienen a mi mente. Ellos siempre fueron mis más grandes fanáticos, quienes nunca se perdieron un recital, ni un talent show, ni un concierto. Quienes siempre me decían: “Qué mucho orgullo le vas a traer a esta familia”.

Sigo con mi día, comienza el examen todo parece ir de maravilla. Son las 10:15 a.m. faltan cinco minutos para que cierre el examen. Escaneo mis papeles con el teléfono y procedo a enviar el pdf por correo electrónico. Y, adivinen… ¡SE ME CAYÓ EL INTERNET! No se envía el correo electrónico y se hacen las 10:18am. Le escribo al profesor y todavía se está enviando el documento. Mi corazón comienza a palpitar mucho más rápido, siento una corriente por dentro como la que siento cada vez que me voy a presentar en un escenario, pero esta sensación no es de emoción, es de angustia. Se envía el correo, se paraliza el internet nuevamente y cuando logro subir el documento a la plataforma quedan seis segundos. Le voy a dar submit y se congela la pantalla. Le doy refresh y sale un mensaje que dice: “Su tiempo para completar la prueba ha expirado”, pero quien parecía que iba a expirar en ese momento era yo.

Mis manos comienzan a temblar de la misma forma que temblaron cuando me enteré que mis primos se irían del país por que el dinero no les daba para estudiar y aunque se quedaran solo trabajando no les daba para poder vivir dignamente. Temblaban como cuando mi abuelo falleció en el 2018 como muchos otros ancianos tras la carga emocional del huracán María. Temblaban como cuando me enteré que los estudiantes de honor no recibiríamos nuestra beca completa en el sistema UPR y me cuestioné cómo iba a hacer para cubrir mis gastos y no aumentar la carga económica de mis padres.

El tiempo parecía detenerse y a la misma vez parecía ir más rápido. Le envío un correo electrónico explicándole la situación al profesor con el documento del examen adjunto porque no sabía si finalmente se había sometido en la plataforma. Mis manos siguen temblando y ya no sé qué más hacer. Pienso que en realidad no hay nada más que pueda hacer. Mis primitas me preguntan que me pasa, les cuento y me marcho a mi casa.

Entro a casa y aunque no quería surgió un largo llanto. Lloro porque no aguanto ya la pandemia, porque no aguanto que cada vez muera más gente y el gobierno no haga nada al respecto. Lloro porque sé que no soy la única pasando por estas situaciones y peor aún me siento que me estoy haciendo la víctima porque sé que hay muchísimas familias en mi isla pasándola peor que yo. Que hay universitarios tomando sus cursos dentro del carro en su teléfono porque no tienen acceso a una computadora, compañeros que toman sus clases en la sala de descanso de sus trabajos porque sus patronos no son sensibles ante su horario estudiantil. Muchos dirán: “ah pues que no trabaje entonces o que deje de estudiar”. Y a ellos les digo NO. ¿Por qué tenemos que dejar atrás nuestras aspiraciones? ¿Por qué tenemos que pasar por situaciones dónde ponemos en la línea nuestra salud física y mental solo porque por décadas nuestros gobernantes no nos han dado oportunidades adecuadas? Verdad, porque a ellos le conviene nuestra precariedad, la precariedad del pueblo. Porque las luchas del pueblo no son sus luchas. Como dicen por ahí, ojos que no ven corazón que no siente. Y aquí lamentablemente el gobierno no nos ve.

Mi llanto no cesa porque me han internalizado que la juventud lo queremos todo en bandeja de plata y no queremos fajarnos. No me puedo quejar porque mis padres, mis abuelos, mis tíos la tuvieron peor que yo. Recuerdo como para cada invento en el cual yo quería participar en mi familia nunca dijeron no, pero hacíamos ventas de donas, bizcochos, carnavales de baloncesto y un sinnúmero de actividades, porque el dinero no debía ser obstáculo para obtener mis metas, pero lamentablemente sí lo era y es para muchas familias puertorriqueñas. Esto lo he presenciado en mis familiares y amigos que buscan un mejor futuro fuera de la isla debido a la falta de oportunidades para los jóvenes de tener un salario digno y una educación accesible.

En mi familia, mis padres y yo somos de los pocos privilegiados en poder ir a la Universidad gracias a becas de mérito. Mis primos no tuvieron la misma dicha que yo. Ahora son parte de la diáspora; de los que intentan ahorrar dinero suficiente para enviarle a sus seres queridos que están en Puerto Rico y que sueñan con poder volver algún día a la isla y retomar sus vidas. Pero ¿hasta cuándo seguirán obstaculizando nuestro desarrollo? Me limpio las lágrimas vuelvo a casa de mis abuelos para seguir tomando mis clases. Verifico mi celular y tengo un sin número de mensajes de la directiva de Impacto Juventud y de mi mentor. “Vas a presentar conmigo en un congreso de paz de América Latina”, decía uno de los mensajes.

Me quedo en shock y, quién me conoce bien, sabe que soy una overthinker a la enésima potencia. Así que en mi mente solo escucho millones de voces resonando con dudas, pero todavía estoy en la mitad de mi día así que pongo una barrera para silenciarlas y continuar. Pasa el día y llevo ocho horas frente a la computadora. Son las 4:48 p.m., llamo a papi y le cuento la odisea de mi examen y todos los acontecimientos del día. Como siempre, me da palabras de aliento, me anima a seguir e intenta instigarme a que descanse, aunque sabe que no lo haré. Me baño y me recuerdo que no había almorzado de tanto ajoro. Me hago un sándwich para salir del paso y poder estudiar para mi quizz del otro día.

A eso de las 7:00 p.m. me tomo un descanso y me preparo para mi ensayo de teatro, el cual es mi escape. Una vez culmina organizo mi computadora, libreta, agenda para dar fin a mi día. O al menos eso pensaba, que ahí acabaría mi día. Me acosté, pero mi mente seguía trabajando a toda velocidad. Lo primero que pienso es: “que bueno que no he empezado a trabajar. Aun así, ya mismo se me acaba el pan de piquito porque con el trabajo se me reduce el tiempo, pero hay que hacerlo”. Revivo lo que me ocurrió en el examen, pero a la vez me siento en la posición de dar gracias porque al menos estoy estudiando. Pienso en que debo escribir una columna de opinión de Hijos de Borinquen sobre la educación pública para el periódico y reconozco que es importante pero simplemente no me da el tiempo, también tenía que escribir esta crónica sobre mi día.

Hay cientos de niños sin recibir educación por la ineficacia del gobierno para darle las herramientas a los padres y maestros para fomentar la educación a distancia. Hay jóvenes que con mucha frustración han tenido que abandonar sus estudios de manera indefinida. ¿Por qué doy gracias por recibir el mínimo? (que muchas veces es menos del mínimo). Sin Hijos de Borinquen no hubiese sido capaz de atacar mi previo pensamiento con esta pregunta. Es la herramienta que me ha ayudado a reconocer que además de habernos empobrecido como pueblo nos han hecho creer que nosotros tenemos la culpa de ello. Quienes gobiernan y legislan son quienes toman las decisiones, pero de alguna forma nos seguimos culpabilizando a nosotros mismos.

Esto es lo que queremos erradicar en Hijos de Borinquen, erradicar la narrativa de que en Puerto Rico no hay pobreza. Díganle eso a mi familia que tuvo que irse del país, a mi padre que es incapacitado y no recibe beneficios dignos, a mi madre que por más de 20 años ha sido servidora pública sin recibir aumento salarial en más de 10 años, a pesar de tener la preparación necesaria. Díganselo a mis familiares maestros que tienen que hacer de tripas corazones para ayudar a sus estudiantes a progresar, a las familias que toman la decisión de no trabajar porque si trabajan le quitan los cupones y la reforma y lo que ganarán trabajando no da para poder asumir estos gastos, a mis amigos que trabajan porque la educación pública del país es ineficiente.

Estas situaciones y miles más que vivimos día a día son las que me persiguen.  Vivimos pensando en tomarlo un día a la vez porque no tenemos estabilidad, todos los días es un dolor de cabeza, un estresor, una intranquilidad persistente. Y dentro de la tiniebla llega el momento que más me temía, ya acostada recuerdo la gran responsabilidad que mi mentor ha delegado sobre mí, hablar sobre la promoción de la paz. Mi mente lo que dice es ¿y cómo tú vas a hablar de paz? ¿Lo que hago es suficiente para promover la paz? ¿Cómo promuevo la paz? ¿En Puerto Rico vivimos en paz?


Sobre Génesis Ramos
Génesis Ramos


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